Me dirijo a ti, cerebro, soy el corazón, estamos en el mismo cuerpo.
Apenas nos conocemos, somos completamente opuestos.
Tú te riges por la razón, yo por los sentimientos.
Tú eres completamente técnico, yo soy más básico e imperfecto.
Siempre hemos estado enfrentados, todo el mundo en apartarnos se ha empeñado.
Y es que somos muy distintos, tú eres de lógica, yo voy más por instinto.
Las personas siempre han tenido una lucha interna, se debaten entre lo que dice su cabeza o lo que le dicta el corazón.
Somos como dos caballeros con su armadura en una encrucijada a vida o muerte.
Pero de lo que no nos percatamos es de que esa lucha contínua no sirve de nada, pues el uno sin el otro no llega a buena parada.
Pues aunque tú y yo nunca seamos iguales, y jamás podamos ni ser similares.
Hay algo que nos une, por lo que por muy opuestos que seamos jamás podremos separarnos, y es que si tú mueres, aunque yo bombee sin cesar, la vida de nuestro cuerpo y su persona no se recuperará.
Y si yo dejo de latir, la sangre y vida que envío a cada milímetro de este ser no llegará, ni siquiera a ti, y también dejará de existir.
Es curioso, en la parte "científica", digamos la tuya, no podemos vivir el uno sin el otro.
En la parte "moral", la mía, nuestra mutua existencia es un terremoto. Ironías de la vida, así es el ser humano. Un "ni contigo ni sin ti" constante.
Te preguntarás con qué fin te envío esta carta, en realidad, con ninguno ( cosas del corazón supongo), pues a medida que la escribo me doy cuenta de que tú y yo siempre seremos opuestos pero, a la vez, complementarios.
No te puedo prometer que a tí no me vaya a oponer, pero sí te puedo jurar que no te abandonaré jamás.
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