Anduve por unas calles diferentes a las normales. El suelo que pisaba no era asfalto, era hielo, cristales del llanto.
Olvidé por qué estaba allí, pero seguí caminando. Por el agua que burbujeaba, las grietas iba saltando.
Una tormenta de arena me rodeó, y en pleno desierto el agua me hundió. Respiré bajo un mar de espinas, y tan solo conseguí abrirme heridas.
De pronto me vi a mí misma, de pronto me vi en pie. En un instante estaba viva, y al otro volví a caer.
Cerré los ojos, pero al momento los abrí, miré al mundo, y lo que había allí.
No era bonito, feo o estupendo, no era tranquilo, oscuro o claro recuerdo.
Era simple, complicado, una mierda en papel de regalo.
En realidad no importaba lo que fuera, porque nadie sabía explicar quién manejaba las riendas.
Se cegó el sol de medianoche, y un rayo veloz cayó de golpe.
El hueco se hizo enorme, un agujero negro absorbió todo en su borde.
Desperté de aquel sueño, sin consciencia de donde estaba. Me encontré de lleno con lo que allí me esperaba.
Y entonces comprendí, sin saber muy bien por qué, que algo había cambiado para mí, una evolución, un avance tal vez.
Algo nuevo, un quizás, el mismo mundo, y, puede, algo más.
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