Lo prometido es deuda. Hace unos meses comencé un curso de escritura creativa, gracias a él y a maravillosas personas que he encontrado en el mismo, las letras han querido hacerse de nuevo un hueco en mi alma y en el papel. Este relato que traigo es uno de los primeros ejercicios que realizamos, donde se pedían unos parámetros mínimos. Espero que lo disfrutéis.
Condujo calle abajo con una mano en el
volante y otra en el teléfono móvil.
La llamaba incesantemente pero ella no
contestaba. ¿Dónde podía estar? Dio varias vueltas a la manzana y
luego extendió su búsqueda por el resto de la ciudad. No podía
hacer mucho que se había marchado, la encontraría, seguro. Maldita
Eva, ¿cómo se atrevía a abandonarle? Le sonó el móvil. Contestó
ávido de escuchar su voz con una disculpa.
-¿Juan? Hola…soy Judith –la mejor
amiga de Eva, no era a ella a quien esperaba pero le valía, de
momento-. Te llamo para decirte que he hablado con Eva.
-¿Y qué te ha dicho? ¿Dónde está?
–Juan no podía evitar la ansiedad en su voz.
-Sé por qué te ha dejado, pero me
parece que deberías hablar. Lleváis tantos años juntos que es una
pena que por simple monotonía todo se acabe…
-Sí, ya –le cortó él -, pero,
¿dónde está? –En el fondo, Juan sabía que esos no eran lo
motivos por los que Eva se marchaba. La nota, aunque en parte fuese
cierta, escondía mucho más de lo que cualquier persona que no
fuesen ellos pudiese imaginar.
-En la parada del autobús junto a la
iglesia.-contestó Judith.
Juan colgó sin despedirse ni
agradecerle nada. Esa era su forma de tratar a las personas, las
utilizaba en su beneficio y punto. La buena cara solo había que
ponerla hasta que le proporcionaban lo que necesitaba.
Llegó a dicha parada y la vio. Eva no
se percató de que Juan estaba allí hasta que la agarró de un brazo
y la llevó a rastras hasta el coche. Eva ni se movió. Sabía que lo
mejor era no cabrearle más, no podía enfrentarse a él cara a cara,
era tontería resistirse.
Juan arrancó el coche sin decir una
palabra. Condujo unos diez minutos así, pero fue ella quien rompió
el silencio.
-Sabes que me largaré. Huiré muy
lejos de ti, no sabrás dónde estoy ni con quién. Viviré mi vida
como nunca lo he hecho: lejos de ti. Y me esforzaré por no caer en
los mismos errores, y lograré ser feliz. Tenlo por seguro. Te
pasarás la vida buscándome pero yo no me esconderé siempre, porque
encontraré el sitio donde jamás pensarás acudir y yo tampoco
volveré a pensar en ti.
-Cierra la boca, y sigue soñando
–contestó Juan -¿Querías delatarme? ¿Por eso te has ido?
-No has escuchado nada, como siempre
–Eva puso los ojos en blanco y tragó saliva intentando deshacer el
nudo de su garganta-. Pues no, no pensaba ir a la policía, si es lo
que te preocupa. Solo pretendía salir de la tumba en la que me
tienes encerrada cada día, y olvidar todo: los miedos, las lágrimas,
tu maltrato, tu…secreto…
Juan desvió el coche a un lado de la
carretera y se detuvo en seco. Su mano estalló en la cara de Eva.
-¡Lo sabía! Me pensabas traicionar
–dijo gritando-. Te lo advierto, tú no me la juegas, más te vale
tener la boca cerrada Eva, porque, si no, puedes acabar en una tumba
de las de verdad.
-No sería la primera a la que
mandarías bajo tierra. –le espetó ella.
Juan tenía los ojos muy abiertos,
inyectados en sangre. La vena de su cuello se marcaba mucho y
apretaba rabiosamente la mandíbula.
-Eso quedó atrás, y prometiste
guardar el secreto.
-Y no romperé mi promesa, tranquilo.
Aunque desearía que no me lo hubieses contado jamás. Solo lo
hiciste para atarme a ti, ser tu cómplice, tu tapadera. Ahora ya
nada puedo hacer, salvo intentar olvidar todo. Déjame marchar, por
favor. –imploró Eva.
Juan no contestaba. Los seguros del
coche estaban puestos, no podía salir corriendo aprovechando un
descuido.
-Escucha –continuó ella-, no te
delataré, lo juro. Si hasta en la nota que he dejado ni lo doy a
entender, mis amigos creen que soy una esposa cansada de la monotonía
y que nuestros problemas se arreglarían con terapia de pareja. Me da
igual lo que hagas, déjame como la mala de la película, qué más
da, pero permíteme marchar.
En ese momento, una mano golpeó la
ventanilla del conductor. Ambos vieron cómo el policía les indicaba
que bajasen el cristal.
Juan obedeció.
-No puede aparcar aquí. Entrégueme su
identificación. –le dijo el agente.
-Sí, lo siento. –Juan le entregó
los documentos. El policía apuntó algo y le indicó que debía irse
de allí para no entorpecer el tráfico.
Juan así lo hizo una vez se
despidieron.
Llegaron a su barrio y Eva observó
cómo Juan iba demasiado rápido.
-Juan, aminora –le dijo, pero éste
hizo caso omiso-. Juan, por favor, baja la velocidad- se empezó a
angustiar Eva mucho más de lo que estaba. Pero Juan ni la oía ni
quería hacerlo: la rabia, la angustia, el odio, la venganza, todo lo
que había aprendido a lo largo de su vida, y utilizado mezquinamente
para dañar a otros, se apoderaba de su mente.
Entonces, lágrimas producidas por
todos esos horribles sentimientos tan arraigados en su ser saltaron
de golpe, y con una risa histérica le dijo a Eva:
-¿Sabes qué? Sé que no se lo vas a
contar a nadie, que no me delatarás. Te creo –y, a pesar de esas
palabras; sus gestos, su manera de decirlas, la violencia que emitía
en cada sílaba, y en sus volantazos, hacían imposible que Eva
respirase profundamente y creyese que la dejaría marchar. Le
conocía, y si su plan inicial no había tenido éxito, por más que
ella lo intentase, ya no tenía salidas.-. Pero, ¿sabes por qué lo
sé? –Continuó Juan- Porque ambos juramos que nos lo llevaríamos
a la tumba y, por lo visto, ese día ya ha llegado.
Eva no tuvo tiempo de reaccionar a sus
palabras, ni de ver cómo se estampaban contra un árbol, ni si
quiera se percató de que Juan había soltado el volante. Los dos
estaban inconscientes cuando el tronco del árbol en el que el coche
se encontraba incrustado, comenzó a ceder contra el mismo, para
acabar partiéndose el techo con ellos dentro.
Muchos vecinos salieron de sus casas, o
se acercaron del lugar de la calle en el que se encontraran para ver
qué había pasado, socorrerlos, llamar una ambulancia…
Víctor también se acercó, del coche
salía humo y sus ocupantes estaban inertes. Eran Eva y Juan. Su
corazón comenzó a retumbar como nunca antes en su vida.
<< ¡Dios mío!>>, pensaba,
sin poder apartar la vista del lugar del accidente. De pronto, otro
nombre muy distinto se posó en su mente: Javier. Se
dio media vuelta y entró por la puerta que tenía a su espalda,
llegó a su casa vociferando con desesperación el nombre de su hijo:
- ¡Javier! ¡Javier! –Subió unas
escaleras y fue directo a la habitación del joven- ¡Javier, por
Dios!
- ¿Qué pasa? –se incomodó su hijo
a la vez que se quitaba los cascos de los que provenía una ruidosa
música.
Víctor, abrumado e intentando coger
aliento contestó.
- ¡Maldito seas! Has sido tú,
¿verdad? Cómo lo sabía, eres tan estúpido que crees que tienes
las de ganar. –Víctor se paseaba enérgicamente de un lado a otro
de la habitación echándose las manos a la cabeza.
- A ver, papá, ¿qué ocurre? ¿De qué
hablas? –dijo Javier sin comprender.
Una sirena se oía cercana.
- ¿Quieres saberlo? Pues mira. –Víctor
descorrió las cortinas de la ventana mostrando a su hijo toda la
escena que acababa de presenciar.
- ¡ ¿Pero qué ha sucedido?! –se
alarmó Javier.
- ¿ Te suena el coche? Es ese del que
te quisiste encargar ayer en el taller. –Le espetó Víctor en tono
acusador.
Javier no entendía nada, sus pupilas
se esforzaban por abarcar todo aquello que tenía ante sí para que
su cerebro pudiese realizar la asociación entre aquello y su trabajo
del día anterior en el taller mecánico de su padre. Entonces cayó
en la cuenta.
- Eva…-dijo en un suspiro, dándose
cuenta de todo en un instante y dirigiéndose rápido a la puerta de
la habitación.
- ¿ A dónde vas? –le paró su
padre.
- ¡Es Eva! –Vociferó con los
nervios de punta- Es su coche, tengo…tengo que ir…
- No vas a ningún sitio, ¿sabes la
que te puede caer?
- ¿De qué hablas? –espetó Javier
sin comprender.
- Sé que has sido tú –Víctor
apartó la mirada de su hijo-. No me lo puedo creer. ¿Cómo has
llegado a esto? Solo tenías que arreglarle los frenos… -dijo con
desesperación.
- ¡No puedo creer que pienses que he
tenido algo que ver! Soy tu hijo…
- ¿ Y qué quieres que crea? ¿ Acaso
no estás enamorado de ella?
Javier no pudo replicar, era cierto,
nunca habían llegado a nada más que miradas, sonrisas y frases sin
sentido, pero él sabía cuánto sufría Eva con su marido, aunque
ella no se lo hubiera dicho, no hacía falta. Solo era necesario
fijarse en cómo cambiaba su actitud cuando estaba con su marido para
darse cuenta de que no era feliz.
- ¡Maldito seas! ¿Qué vamos a hacer?
–seguía Víctor, devanándose los sesos.
- Papá, escúchame –Javier se acercó
a Víctor intentando hacerle entrar en razón-, yo no he sido. No he
cometido ninguna locura, ni por amor ni por nada.
Víctor se quedó lo que pareció una
eternidad mirando a su hijo a los ojos. Javier los tenía muy
abiertos, en un vano intento de dar más peso a sus palabras.
- No me crees. –Sentenció Javier. Su
padre agachó la cabeza mirando al suelo.
- Hijo, aunque fuese cierto, ahí fuera
tienes a dos personas que se han estrellado contra un árbol y tú
fuiste el último que estuvo andando por las entrañas de su coche.
Cuando investiguen eso, las huellas dactilares les llevarán directos
a ti, y ambos sabes que con tus antecedentes será fácil culparte.
- No si comprueban que el coche no ha
sido manipulado –contestó Javier, y no lo ha sido, te lo aseguro.
Víctor no podía confiar en él, ya lo
había hecho decenas de veces antes y Javier le había traicionado
cada una de ellas. Era cierto, que había cambiado, parecía haber
tomado la decisión de reformarse, y llevaba un tiempo trabajando con
él en el taller. Pero tantas habían sido las decepciones…
- Tienes que marcharte. –concluyó.
- No.
- Vete, venga, ve a casa de tus primos
un tiempo, hasta que se calmen las cosas. Yo me encargaré de
eliminar cualquier prueba que te pudiese incriminar.
Cinco minutos después, una ambulancia,
varios coches patrulla y un coche hecho trizas con medio árbol
encima fue el escenario que padre e hijo se encontraron al salir de
la casa. El hijo se encaminó en la dirección que su padre le había
marcado, mirando de reojo el lugar del accidente. Procurando
distinguir alguna figura fuera del vehículo, en una camilla,
atendida por un médico. Nada. Dobló la esquina y se perdió de la
vista de su padre.
Víctor continuó ahí un rato, y se
agachó protegiéndose cuando, sin esperarlo, el coche pegó una
explosión. Todo el mundo huía, gritaba, lloraba… Los bomberos
llegaron de inmediato, apagaron el fuego y controlaron poco a poco la
situación. Por suerte no se produjeron más heridos que los dos
protagonistas del accidente de tráfico: una mujer fallecida antes de
la explosión, y un hombre a quien atendían en una camilla dentro de
la ambulancia.
Al día siguiente, el periódico local
se hará eco de la noticia:
Una mujer muere y un hombre resulta
herido en un extraño accidente de tráfico. Se sospecha que los
frenos fueron manipulados por un mecánico que ahora se encuentra en
busca y captura. El superviviente ha dicho: “Es un milagro que esté
vivo, doy gracias a Dios. Ahora tendré la difícil tarea de aprender
a vivir sin mi esposa. Espero que el culpable de esto pague por ello.
Sé que ese mecánico le había tirado los tejos a ella y que mi
mujer le rechazó. La pobre ha sido víctima del odio, la rabia,
angustia y la venganza de un desalmado.”
Rebeca Márquez
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