martes, 20 de agosto de 2013

Relato II

Olivia estaba muy concentrada, fruncía el ceño y fijaba tanto su mirada en el cuadro recién terminado que hasta bizqueaba un poco. Pincel en boca, con casi más pintura en las manos que en el lienzo, y un gran nudo en la garganta. Llevaba mucho tiempo esperando esa oportunidad: penurias, lágrimas…solo de pensarlo se ponía a temblar. Se miró la mano: “menudo pulso para una pintora”, pensó. “Pintora”, jamás creyó poder referirse a sí misma en ese término más allá de sus fantasías. Agarró la cruz de plata que tenía colgada al cuello desde la infancia, se la acercó a la boca y le dio un beso. A partir de la semana siguiente algo cambiaría, todo mejoraría…

 Héctor se intentaba acomodar en el sofá-cama del salón, por suerte su hermana le había acogido en su casa. No sabía qué posición tomar, todo le resultaba muy incómodo. “Como mi vida ahora, qué ironía”, pensó. Miraba el techo blanco y reprimía los sollozos con todas sus fuerzas, lo peor, es que no sabías no por qué sentía esa congoja que desde hacía un mes le consumía. ¿Tendría que ver el hecho de haberse quedado sin trabajo, sin casa, sin amigos, sin todo lo que hasta ahora había constituido su vida? “Puede ser”, concedió. Al fin y al cabo, su vida jamás volvería a ser la misma, lo sabías, ya no había marcha atrás, su “estatus” estaba aniquilado y reducido a cenizas, no era nadie, o lo que hasta ahora él consideraba “ser alguien” en el mundo. La cuestión era si algún día saldría de ese agujero que él mismo había ido cavando a lo largo de los años sin darse cuenta siquiera.

 Una semana más tarde…

-Lo siento, Olivia.

 -Aún no me lo creo –lloraba ella sin cesar -, mi exposición anulada, mi sueño hundido…

-Son cosas que pasan –la consolaba su amiga Marta -. Venga, vamos a tu casa, va a empezar a llover y no quiero que se estropeen tus cuadros.

 -Qué más da ya –dijo Olivia con sus obras bajo el brazo -, la única oportunidad que me habían dado en diez años y mira… Dios me habrá castigado por hacerme demasiadas ilusiones. –dijo, caminando por la calle junto a su amiga sin esquivar al hombre que venía en dirección contraria, mirando al suelo, y chocando con él desparramando todos sus lienzos por la acera.

 -¡Oh, lo siento mucho! –dijo él agachándose a recogerlos.

 -No pasa nada –respondió Olivia sintiendo una imperiosa necesidad de salir corriendo y dejar a aquel extraño, a su amiga, y los cuadros, tirados. Pero no lo hizo y empezó a recoger también. A algunos se les
había rasgado el papel protector dejando ver la pintura que guardaban.

 -¡Qué bonitos! –le dijo el hombre. Su rostro ceniciento había tomado color y sus ojos brillaron por primera vez en un mes.

-Ya… -contestó sin hacerle caso.

-¿Los has pintado tú todos? Ella no respondió.

 -Sí –contestó su amiga Marta en su lugar-, Olivia en una gran artista.

 -Bueno, gracias. –se despidió Olivia recogiendo el último cuadro, arrastrando a Marta y dejándole a él plantado. Pasó apenas un instante hasta que reaccionó y se acercó corriendo a ellas.

-¡Perdonad! –las detuvo -¿Sería posible encontrarnos otro día para ver tus cuadros? Olivia, que hasta el momento ni le había mirado a la cara, levantó la vista y la fijó en los ojos de él, en sus ojeras, en sus patas de gallo, en sus pequeñas pestañas, en el azul cristalino de sus iris, y en ese sentimiento que solo transmiten aquellos seres perdidos en sí mismos que, por un golpe de lo que ella llamaba suerte, se desprendían de todo aquello que les hacía tan detestables, ganando así una nueva oportunidad de valorar todo aquello que hasta el momento habían renunciado. Olivia recuperó su color de cara habitual, su destello en la mirada, y ese aura especial que solía poseer.

-¿Cómo te llamas? –le preguntó.

-Héctor. Una sonrisa se dibujó en la cara de ella. Marta, vio perfectamente esa expresión, esa que ya había visto otras veces en ella cuando contemplaba un paisaje, un cielo estrellado, un cuadro abstracto…pero que, por vez primera, era motivada por una persona.

-¿Quieres venir ahora a mi buhardilla-estudio a verlos? –dijo Olivia.

-Claro –aceptó Héctor sonriendo sin saber por qué, al igual que tampoco conocía la razón por la que ese vacío que se había apoderado de él en el último mes había desaparecido de un plumazo, ni por qué la sonrisa de esa pintora desconocida le transmitía una paz que nunca antes había sentido.

-Si te gusta alguno en concreto puedes quedártelo –le comentaba Olivia caminando hacia su estudio –, solo te pediré a cambio una pintura tuya.

-Yo no sé pintar…-dijo Héctor.

-No creo que se refiera a eso –apuntó Marta, que iba tras ellos.

-Pero sí sabes quedarte quieto, ¿no? –rió Olivia.

 Una vez en su buhardilla, posando para ella, Héctor sonreía sin esfuerzo, respiraba profundamente con facilidad, y solo apartaba la vista de Olivia para dirigirla de vez en cuando a aquel cuadro que ya era tan suyo como él se sentía de Olivia. Una vez ella terminó el retrato y se lo mostró, Héctor comprobó cómo las miradas furtivas que le había echado a su nueva adquisición no habían pasado inadvertidas a los ojos de Olivia, pues no le había pintado mirando al frente, como Héctor creía, sino al cuadro que él le había pedido que le regalase, titulado: “Nueva Vida”.

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